Aspira a ser único
He pasado la mañana en el mercado de las flores de Columbia Road, en un barrio del Este londinense. En una calle contigua me he dado de bruces con The Oyster Boy (el chico de las ostras). Un establecimiento de medio metro cuadrado incrustado en la valla metálica de un solar. He tardado un buen rato en dispararle la foto, porque siempre había un cliente tapando la puerta. Al poco, había vendido todo. Un domingo más. ¿Por qué tiene tanto éxito? Porque es único. No hay otro establecimiento como el suyo.
Por estos lares también vive Chain Ferster, un judío polaco de noventa y tantos años que sobrevivió a ocho campos de exterminio nazis, incluyendo Auschwitz y Buchenwald, donde practicaban ejecuciones en masa. ¿Cómo se libró?, nos preguntamos todos cuando cuenta su historia. Y él contesta: arreglando máquinas de coser. Ferster sabía que quien subía a los trenes no regresaba jamás, así que se dijo: necesito aprender una habilidad que me convirtiera en alguien único, y por lo tanto útil para los alemanes. Como no tenía tiempo de hacerse un virtuoso del violín o un descifrador de códigos, optó por buscar algo sencillo, pero tan específico que no existieran verdaderos expertos. Preguntó a sus vecinos qué pequeña necesidad tenían sin cubrir y se convirtió en mecánico de costureras. Una especialización extrema, gracias a la que sobrevivió a una situación extrema. No era el más listo, ni el más fuerte, ni el más guapo, ni el más ocurrente. Pero descubrió aquello que le hacía único, trabajó para conseguirlo y sobrevivió al holocausto con un pequeño destornillador.
Este es el secreto. El del chico de las ostras, el de Chain Ferster y el tuyo. Antes de aspirar a ser el mejor, aspira a ser único. De hecho, ya lo eres. Te lo dice tu oso. Con tus grietas y tus virtudes. Único.
Antes de aspirar a ser el mejor, aspira a ser único.
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