El pasado no existe
Hace poco estuve en Ecuador dando unas conferencias. Me encantó volver a este país que ya conocía por un viaje anterior que me llevó, entre otros enclaves igualmente fascinantes, a la selva de Macas para convivir con una comunidad indígena. En aquella ocasión, partimos de Quito en avioneta hacia un cortado en mitad de la espesura, de allí seguimos en burro y, finalmente, a pie detrás de Vizuma, nuestro guía, que se abría paso a machetazos. Ya era de noche cuando llegamos a una laguna que recordaba a la de aquella película en la que una pareja de adolescentes se amaban bajo el abrazo exuberante de la naturaleza. Ancladas en la orilla, las dos chozas de la familia de jíbaros que nos acogía.
La Amazonía es un universo diferente y muy complicado, por lo que sus pobladores potencian al máximo sus habilidades. Algunas plantas generan hojas insípidas, difíciles de digerir o poco nutritivas para que los insectos se larguen a mordisquear otra especie. Con los animales pasa lo mismo. La rana dardo dorada, tan pequeña y bonita que le darías cobijo en una maceta de tu salón, segrega un veneno letal quince veces más potente que el curare. Los indígenas parecen la selva misma. Sus piernas, los troncos; sus brazos, las ramas. Cazan caimanes al anochecer con una linterna y sus propias manos.
Cuando piensas en cómo avanza imparable la deforestación de este maravilloso pulmón (los madereros esquilman cada año superficies más grandes que Holanda), te echas la mano a la cabeza diciendo: ¡No quiero que se pierda! ¡Quiero que las cosas sigan siendo igual que ayer para siempre! Es entonces cuando los nativos te dicen con su sonrisa inocente:
«No podemos pasar el día lamentándonos por el pasado que se fue. Aparte de ser aburridísimo de escuchar para quien tienes delante, mientras te quejas no haces nada para seguir caminando. El pasado no existe. Vivimos en un río que no deja de fluir, un río el que sólo existe el presente, este momento único en el que la humanidad entera avanza hermanada como las gotas del Amazonas.»
Otro de nuestros guías amazónicos decía que no mueres por caer el río, mueres por no salir. Y remarcaba que en la selva no encontrarás gente que se dedique a hablar de los tiempos felices de antaño, porque si parloteas se te llena la boca de agua y te vas al fondo. Lo que hay que hacer es aprovechar el momento presente para darle bien fuerte a los brazos y a las piernas y alcanzar la orilla de tiempos mejores.
No pierdas el tiempo lamentándote por el ayer que jamás volverá. Dedica toda tu energía a nadar en el río de la vida.
Vivimos en un río que no deja de fluir, en el que sólo existe el presente.
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